viernes, 31 de octubre de 2008

"MI EXPERIENCIA"


¡Hola a todos!

Esta vez me ha tocado a mí la responsabilidad de plasmar en unas líneas algunas ideas sobre mi trabajo o mi labor aquí.

He estado mucho tiempo meditando cómo hacerlo, mis dudas se basaban en si centrarme en describir esta enfermedad o reflejar algo un poco más personal. Finalmente, he optado por la segunda opción, ya que como todos podéis comprobar, si escribimos en el buscador “Google” la palabra “Alzheimer”, en décimas de segundo nos saca infinidad de páginas en las que describe esta dolencia, sus síntomas y hasta cómo se sienten las personas que la padecen y los cuidadores de las mismas.

Sinceramente yo sería incapaz de expresarlo con tanto exactitud. Así que he decidido contaros una historia que plasma uno de mis primeros contactos con el Alzheimer, una de las primeras veces en que empecé a tomar conciencia de lo que este monstruo hacía con las personas.

Desgraciadamente, mi abuelita tiene Alzheimer, pero la distancia a la que hemos vivido siempre, me ha impedido ver la evolución.

Un día decidí ir a visitarla a la residencia donde la cuidan, y me encontré una señora que no conocía, con el físico de mi abuela (mucho más estropeado de lo que yo la recordaba), pero dentro de su cuerpo se había metido alguien que no sabía quién era. Pasó de ser una persona enérgica y luchadora a no ser nada con el disfraz de mi abuela. No reconocía a nadie, creo que ni a sí misma ante un espejo, no era nadie, sin carácter, sin vida. Alguien que con una caricia se conformaba, aunque inmediatamente lo olvidara. Alguien vacío, hueco. Suena duro, pero no encuentro definición mejor.

Esto me marcó mucho, al igual que el resto de la gente que por allí andaba. Recuerdo en especial a una señora que me llamó muchísimo la atención. Era una mujer muy pequeñita y muy delgadita. Cuando la vi iba maquillada, muy bien vestida, muy elegante y con un bolso al que se aferraba como si en él llevara lo poco de vida que le quedaba.

Se sentó en el banco que hay en la recepción y constantemente se arreglaba la blusa, la falda y un mechón de pelo que le caía en la frente. Estuvo ahí horas, no sé cuánto tiempo, con su porte y su elegancia y su bolso que no soltaba. No se movía y miraba hacia la puerta constantemente, el tiempo parecía que para ella no pasaba. Finalmente un cuidador se acercó a ella, la agarró del brazo y se la llevó para adentro con grandes muestras de cariño.

No podía aguantar más la curiosidad y cuando el cuidador regresó, me acerqué y le pregunté qué le ocurría a esta señora. Ojalá no lo hubiera averiguado, porque me rompió el alma. Esta señora todos los días a la misma hora se arreglaba y se sentaba en la recepción a esperar a su hijo, un hijo que la había “abandonado” allí con la promesa de volver al día siguiente a visitarla a las siete, pero esto jamás ocurrió. Pero ella no lo recordaba, no recordaba que había sido “abandonada” y todos los días estaba nerviosa, porque su hijo iba a ir a recogerla.

Sí, esta es la realidad, la que no viene en los libros, la que “Google” no encuentra con su potente buscador. La realidad de gente que cuando esto le ocurre a sus familiares, los abandonan, como los trapos que no te pones nunca y los tienes en el fondo del armario. Eso es, pasan a ser ropas viejas que ya nadie quiere utilizar.

Y así, de este modo, pensé que tenía que hacer algo por ayudar a esta gente.
En Septiembre hizo tres años que trabajo aquí, y eso me ha hecho ser mejor persona. Jamás podré fingir ser la hija de la señora pequeñita e ir a recogerla a las siete, pero puedo desde la posición que tengo, luchar para facilitar la vida de estas personas y la vida de los que los cuidan, e intentar concienciar a la sociedad de que no son ropas viejas, son personas que está enfermas y necesitan nuestra ayuda. Luchar por ayudar, y sobre todo por informar, para vencer la ignorancia, que tan habitual ha sido en estos casos.

ESTE ES MI RETO!!!

Gracias


Natalia Bolea

Técnico FEVAFA

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